HOY QUISE VERTE EN EL CAFÉ
Acabo de llegar, desde la tarde que se destila en las calles de Guayaquil.
Llegué cargado de suspiros y lecturas Kapuściński y el recuerdo de tu nombre se asienta en el sillón en donde te inventé amiga-amante de encuentros y desencuentros, en las avenida de los cafés y copas, transcurridas de
luces y sonidos, por la misma zona llega la gente, con olor a calle, a oficina, a casa; tantos sabores y olores de tinto, licor, cigarrillos; tristezas, alegrías, frustraciones, fortuna.
Las horas de cafeína y alcohol se va concentrando de gente por doquier, por ahí van pasando alegrías, tragedias, clandestinos amores, viejos amigos. Todo aquí ve despertando en leves pasos, apresurados pasos, entre cansancios y júbilos.
Todo se va esparciendo por la avenida de los cafés, adentrándose por cada puerta, adhiriéndose en cada ventana como si todo lo inerte y viviente le perteneciese a la negrura misma que va extendiendo sus manos por doquier, emanando así lo oculto, lo negado, lo absurdo. Como este verte y no, este querer decirte lo cuanto que me gustas y no, este decirte mi ilusión de silencios hacia ti.
Se entrevé luces de los establecimientos, el bullicio de cada lugar. Son horas en las cuales no hay nada como platicar con los amigos en algún buen lugar, en donde hay las mejores bebidas, el servicio excepcional y la música que desde luego le da la atmosfera única.
La gente llega a uno que otro bar, café, como tu en las torres de bombona, en el parque del pertiodista, en la avenida de la 33, en Carlos E Restrepo. Clientes regulares, rostros cansados, con su estupefacción humana, de somnolencia, de lujuria; perdidos, entristecidos como los gatos que van por los tejados como un Pink en la noche.
Entre ellos se cuentan una historia tras de otra, una risa tras de otra diluyéndose con la humareda de los cigarrillos y aromas, a margaritas, a vino, a durazno, a nicotina, a palabras, a canciones, a smog, a hiel.
Llegué cargado de suspiros y lecturas Kapuściński y el recuerdo de tu nombre se asienta en el sillón en donde te inventé amiga-amante de encuentros y desencuentros, en las avenida de los cafés y copas, transcurridas de
luces y sonidos, por la misma zona llega la gente, con olor a calle, a oficina, a casa; tantos sabores y olores de tinto, licor, cigarrillos; tristezas, alegrías, frustraciones, fortuna.
Las horas de cafeína y alcohol se va concentrando de gente por doquier, por ahí van pasando alegrías, tragedias, clandestinos amores, viejos amigos. Todo aquí ve despertando en leves pasos, apresurados pasos, entre cansancios y júbilos.
Todo se va esparciendo por la avenida de los cafés, adentrándose por cada puerta, adhiriéndose en cada ventana como si todo lo inerte y viviente le perteneciese a la negrura misma que va extendiendo sus manos por doquier, emanando así lo oculto, lo negado, lo absurdo. Como este verte y no, este querer decirte lo cuanto que me gustas y no, este decirte mi ilusión de silencios hacia ti.
Se entrevé luces de los establecimientos, el bullicio de cada lugar. Son horas en las cuales no hay nada como platicar con los amigos en algún buen lugar, en donde hay las mejores bebidas, el servicio excepcional y la música que desde luego le da la atmosfera única.
La gente llega a uno que otro bar, café, como tu en las torres de bombona, en el parque del pertiodista, en la avenida de la 33, en Carlos E Restrepo. Clientes regulares, rostros cansados, con su estupefacción humana, de somnolencia, de lujuria; perdidos, entristecidos como los gatos que van por los tejados como un Pink en la noche.
Entre ellos se cuentan una historia tras de otra, una risa tras de otra diluyéndose con la humareda de los cigarrillos y aromas, a margaritas, a vino, a durazno, a nicotina, a palabras, a canciones, a smog, a hiel.
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