Horas de llanto. I

Hace unos días, quizá pocos días, de nuevo mis ojos se han cruzado con el llanto, de forma inesperada. Caminaba por corredores de centros comerciales, con unas cuantas monedas y billetes en los bolsillos, pensando en no sé qué cosa: que el estudio, las fotos, el amor, la vida, los amigos y yo mismo. No sé qué pasaba en estos días, no se porque el llanto ha venido manifestándose. Así que pasaba por una calle angosta, después de atravesar centros comerciales, así que en un café bar la vi a ella, al lado de un hombre de rostro tosco, frío como la lluvia que caía ese día, ella simplemente giró su rostro y sus ojos estaban brillosos dejando que sus lágrimas se fueran por la piel y la cara encogida de tristeza simplemente se dejaba ser.

El hombre seguía ahí, tomando cerveza, ella una limonada. ¿Del porqué de su llanto? ¿Del por qué no hablaban? No lo sabré, como tampoco del mendigo en una esquina con sus harapos ajados, maltrechos, el cuerpo convulsionaba, tenía el rostro cerrado con las palmas de las manos y gimoteaba, el ruido de la calle me lo hacía casi inaudible, pero cuando me acerqué, era la misma sensación cuando pasé de lado por aquella pareja, ese nudo en la garganta, una soga mojada apretada que no daba respiro, de ese querer que las palabras pudieran decir algo a ellos.

¿Qué decir? aún el llanto me inmoviliza, aún me deja las manos sujetadas a la nada, a esa nada del pensamiento. Así que tomé asiento en otra esquina, pedí una ensalada de frutas y los seguía viendo desde allí, esperando algo, cualquier cosa: una bofetada, un grito, un tirar el vaso a él o quizá un beso. No fue nada, por más de veinte minutos estaban callados, el hombre en ningún momento se acercó, ella tampoco. Quizá ya se habían dicho lo suficiente o quizá aún estaban buscando palabras, de un no sé que, de quien sabe que. Cuando me retiré de ese lugar, no los volví a ver, quien sabe que senda tomaron o si se fueron juntos, a otro lugar, otra hora en donde de pronto encontrase mejores palabras.

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