La hora en que nos vimos

Haberte encontrado viva por las playas de Hemingway cuando apenas caía la tarde incrustándose en las palmeras pequeños faros de aromas que se van entretejiendo del aroma del mar por donde la brisa y el horizonte va dejando entrever a oh Marinheiro surcando con sus veladoras otros mares e islas aquí y allá. Haberte encontrado entre las noches cíclicas y los días que no pasan en vano. Es saber que me alegra el milagro de haberte encontrado en el tren de las cinco de la tarde, hora en que es de día y de noche. Un encuentro nunca buscado, nunca soñado. Caminamos el uno al lado del otro por una pequeña acera entretejiendo como la brisa y el mar su aroma, nuestro aroma y las palabras que se iban reconociendo en cada hendidura, en cada pliegue de las entonaciones de silabas y afirmaciones, entre una mirada y una pregunta. Me explico.

Nos fuimos dejando llevar de una mirada que hablaba de agrado y de gusto, nos fuimos dejando llevar de la cortesía y dos tazas de café, nos fuimos dejando llevar de la música celta que rodeaba nuestros oídos, que nos embelesaba nuestras pieles. Recuerdo haber presenciado tu rostro recostado viéndome, escuchándome. Hago memoria que te leía un poco de Kafiona, un poco de poesía erótica, un poco de retorica. Y tú seguías ahí sonriente, complacida por el café que tomabas a gusto. Me gustó tanto ese momento, que mis ojos brillaban de encanto, que mi boca sonreía de emoción, por tenerte a mi lado, contándote miles de historias, como si yo fuese Scheherezada y tu mí rey. O como decía tu, eras Borges y yo tu mujer, quien te leía un sinfín de pasajes de literatura.

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