La palabra dialoga de la violencia

-Prosa poética-

“el 90% de sus habitantes
[de América] no sabe siquiera
si vivirá más allá de mañana,
se nutre además de la tonificadora
inseguridad de un continente
que busca su ser, y que asume pautas
contradictorias con las cuales
se vive y se actúa... Mato, luego existo”.
Ariel Dorfman


Se necesita que corra sangre
de quienes son opresores,
de los que viven siendo victimarios,
se necesita ver sangre,
para que el pueblo que dormita,
se levante otra vez y tome en las manos
la palabra libertad y la ejecute.
W. Zerbano


El miedo aún persiste, el miedo a decir, el temor de manifestar; lo cuanto que nos duele el yugo, lo cuanto que se siente ver las injusticias y atropellos. Aún hay miedo a cada instante, de algún minuto, de alguna hora. Cada mañana, puede ser el fin. El comienzo de estar inerte, todo porque se promulga lo que es incorrecto, lo que es arbitrario, lo que es ilícito, lo que es ofensivo, lo que es abuso de poder.

Cuánto somos miedo, cuanto somos amarillistas. Cuántos somos cómplices en silencio, solo siendo espectadores. Cuánto somos durmiente ante las opresiones, las ilegalidades. Y a veces son ellos los mercenarios, los traficantes, de la muerte y todos sus matices. Desde el más brutal, hasta el más agónico. ¿Y nosotros? ¿Qué de nosotros?
Cuánto somos cómodos, cuántos somos secuestrados por nosotros mismos. Y no permitimos que la razón grite independencia, vocifere libertad, exclame convivencia. ¡No! Lo amordazamos. Lo atamos, lo torturamos, lo ahogamos en la oscuridad. Y el corazón no se escapa de eso. Como lo es un familiar, un amigo, una pareja, un conocido, un reconocido. Una persona: un niño, una niña, un joven, un adulto; hombre, mujer.
Es irónico como la violencia, es como la vida, son los únicos que no distinguen como Dios y el Diablo, el hecho de ser de alguna raza, de alguna creencia, de alguna ideología, o de algún sexo. Todos son adecuados, al maltrato, al atropello, al despotismo, a la corrupción, al desplazamiento, al racismo, a la negación.
A un sinfín de arbitrariedades que tienen cabida en todos los estatus, en todas las economías, en todo lo académico, lo laboral, lo social, lo cultural, lo literario. De ello, en ello.

¿Cómo entonces lograr que las cosas cambien, que no todo sea un animal de sangre? Pero esta modorra, este estado letárgico, este estado catártico, este sentirse sedado; todo cuanto es piel, todo cuanto es venas y carne, inclusive todas las articulaciones y huesos. ¿Qué falta? Más sangre, más llanto, más dolor, más angustia; o un ángel caído, o un redentor.

Seguimos siendo autómatas en un pueblo complejo, en una ciudad trajinada, en un país consumista, en un continente mundano, en un mundo globalizado. Seguimos siendo una serpiente comiéndose su cola, a su máxima lentitud, tanto así que no nos damos cuenta, -o si no la damos, lo dejamos de largo, porque otro día, y otro día será que hagamos algún cambio, por ahora sigamos en lo que estamos-, es estar a lo proporcional a lo anteriormente mencionado, porque son círculos viciosos que nos tiene confortantes mientras nos vamos amurallando, en el auto, en la calle, en la casa, en la acera, en el trabajo, en la mesa, en la academia, en la ropa, en el barrio, en el habla, en la ciudad, en la mirada, en el país, en la rumba, en el continente, en el ordenador, en el dormir.

© D. Valencia Tobón. Reservado todos los derechos de autor.

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