Una lágrima
Hoy estaba en el metro con la piel pegajosa de sudor y cansancio en los pies, me disponía a encontrarme una vez más con tus ojos, tus ojos amados y de pronto encontrados por mi alma. Como decía estaba en medio de una multitud, era las seis y algo. La hora exacta en donde cada persona estaba dispuesta a llegar a casa, o al trabajo o, quizá encontrarse con un amigo, una amante, unos hijos; que se yo, tantos encuentros, en el momento en que lleguen a su estación de destino. Allí me encontraba leyendo, volviendo a releer Tokio blues, cuando fui atropellado por mas gente, cada vez mas; parecía que fuéramos a Auschwitz, ese campo de concentración, había tanta gente, atareados, asfixiados por aromas dulces, agrios, agridulces, húmedos, secos.
De momento la vi a ella, una mujer a lo mejor de unos treinta y cinco años, cuerpo delgado y su rostro pareciese amasado tanto por el tiempo, que se le veía agotado, sollozo, sí, vi resbalar una lágrima salina, callada, se iba introduciendo en las hendiduras de la piel. No sé porque lloraba, pero sus ojos me fueron tan profundos que me conmovió el alma atrapando a mi ser con un sinfín de manos, oprimiendo un poco más. ¿Del por qué lloraba no lo sabré? ¿del por qué no susurraba alguna palabra? Quizá todas estaban tan acongojadas, como sus ojos, quizá al ver algo, quizá al escuchar algo, o quizá al decirle algo, que le hizo llorar de manera callada. Por un momento nos vimos, por un momento quise hablarle, pero su llanto me inmovilizó los labios. Quise volver a la lectura, no fue fácil, más no continué. Hay días así, en que solamente se llora, en que las lágrimas quieren besar su propia soledad, sin que nadie le moleste, sin que nadie le reproche. Después de todo, llegué a mi destino, quise volverla a ver, pero ese océano de gente la ahogó sin remedio y desapareció de vista.
De momento la vi a ella, una mujer a lo mejor de unos treinta y cinco años, cuerpo delgado y su rostro pareciese amasado tanto por el tiempo, que se le veía agotado, sollozo, sí, vi resbalar una lágrima salina, callada, se iba introduciendo en las hendiduras de la piel. No sé porque lloraba, pero sus ojos me fueron tan profundos que me conmovió el alma atrapando a mi ser con un sinfín de manos, oprimiendo un poco más. ¿Del por qué lloraba no lo sabré? ¿del por qué no susurraba alguna palabra? Quizá todas estaban tan acongojadas, como sus ojos, quizá al ver algo, quizá al escuchar algo, o quizá al decirle algo, que le hizo llorar de manera callada. Por un momento nos vimos, por un momento quise hablarle, pero su llanto me inmovilizó los labios. Quise volver a la lectura, no fue fácil, más no continué. Hay días así, en que solamente se llora, en que las lágrimas quieren besar su propia soledad, sin que nadie le moleste, sin que nadie le reproche. Después de todo, llegué a mi destino, quise volverla a ver, pero ese océano de gente la ahogó sin remedio y desapareció de vista.
Y yo, derramé varias...
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