Naufragio

Una tormenta lo arrasó todo, traía con ella una ola que nunca mis ojos terminarán por describir, por abarcarlo. Nunca volveremos hacer las misma desde que la misma noche hiciese perder todo cuanto teníamos e inclusive a una de nosotras. ¿Cómo hacernos la idea? Cómo llegar a casa y decirle a mamá a papá que ella se fue al fondo del mar entre corales y peces, nuestras cosas y el barco.

Aún me pasan imágenes por los ojos cuando de a poco venía el invierno haciendo del cielo algo gris dejando caer su niebla por doquier, cada gota era helada como el mismo viento que me rozaba la cara. Antonella se había ido, estaba cansada y quería dormir yo me quedé un rato mas con mi otra hermana Emily. Pensamos que era un leve invierno así lo disfrutábamos como cuando de niñas lo hacíamos en el jardín adyacente de la casa.
Pero no, cada vez se volvía airoso como si quisiera llevarse todo cuanto tocaba, como deseando que no estuviéramos allí en alta mar. Y de vez en vez nos agitaba los vestidos, el cabello, las caras de otros que también estaban cerca de nosotras. Y Emily me seguía contando una de sus historias mientras yo veía la gente cada vez mas abrigada y yéndose, era evidente que el mar estaba extremadamente picado, y el viento desaforado, la lluvia era una llovizna helada inclemente. Así seguía en ese mes del diez de enero en que el mar furioso golpeaba el barco con sus grandes olas y nos salpicaba en los rostros, en los cuerpos, y en el mío y en el de ella que jocosa con su historia no ponía atención que estaba ocurriendo cuando un resplandor emanado de quien sabe de dónde me asustó tanto que decidí irme con ella a dentro del trasatlántico para protegernos del diluvio que había y que no dejaba de azotarse contra las paredes del navío que seguía rumbo a Francia, en donde nos esperaba papá y mamá…

Y de nuevo regresamos por el mismo mar en que se llevó a mi hermana Emily, la niña querida de ti papá, sólo mamá supo lo que ahora te cuento y te contaré. Nunca te lo dije: que fue haberla perdido, haberla dejado en ese profundo mar implacable, cómo me sentía devastada ante lo que mis ojos veían, cada vez que nadaba hacia ella, ella que cada vez se marchaba y me gritaba y seguía gritándome: "Elizabeth... ayúdame Elizabeth…no puedo más, ven…ven". Nunca olvidaré su rostro gélido, su cabello azulado, su rostro acontecido y desesperado. Como me duele haberte perdido hermana, como se me deshace el corazón al recordar tu voz sollozante desesperada ante el invierno que te llevaba y te llevaba... ¡Dios! … Como me duele escribirte esta carta papá…

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